lunes, 6 de agosto de 2012

La jungla de asfalto

Una de las cumbres indiscutibles del cine negro, “La jungla de asfalto” es sin duda uno de los mejores trabajos de un John Huston a veces discutido, para algunos un director sobrevalorado, pero que sin embargo cuenta en su más que notable filmografía con algunas de las más recordadas y valoradas obras maestras que alumbró el cine de los años 40 y 50. Todas las constantes de su cine están presentes en este extraordinario film, en el que el universo hustoniano cobra una fuerza inusitada en este historia de perdedores bajo la mirada cómplice y serena de un Huston entregado.


El soberbio y milimétrico guión de Ben Maddow y el propio Huston, adaptando una excelente novela de W.R. Burnett, es un impecable y certero estudio de la condición humana por el que van desfilando una galería de personajes al borde del abismo, siempre al limite, sin presente ni futuro -tan queridos por el director, tan hustoniasnos-, que se mueven entre la corrupción y la degradación moral, la desesperanza y la amargura, teñido de un halito trágico no exento de lirismo y marcado por el cruel e implacable fatalismo de un destino caprichoso del que no podrán escapar. Una puesta en escena impecable, la magistral dirección de un inspirado John Huston que imprime a la narración un ritmo sin desmayo y que realiza un primoroso ejercicio de rigurosa caligrafía en el que destaca la soberbia dirección de actores -todos ellos excelentes- con especial mención a un gran Sterling Hayden y a la maravillosa Jean Hagen, la enfática fotografía en blanco y negro de Harold Rosson de marcado tono expresionista y la inspirada partitura de Miklos Rozsa elevan “La jungla de asfalto” a la categoría incontestable de obra maestra del cine.

Film amargo y pesimista como pocos, trufado de momentos inolvidables, destaca con luz propia la secuencia final, de un lirismo sobrecogedor, en el que sin duda es uno de los más hermosos, tristes y bellos finales de la historia del cine donde un Huston trasgresor subvierte el discurso oficial con las sublimes e inolvidables imágenes que nos muestra y que se erigen en demoledora metáfora de la dignidad de los perdedores y de la libertad. El gusto por el buen cine empapa cada fotograma. Ni una sola escena está filmada de forma rutinaria, cumpliendo. Cada secuencia está cuidada del modo preciso. Hubo un tiempo en que se sabía narrar con pasión contenida, que se convertía en precisión. Hubo un tiempo en que el buen ritmo era el adecuado, no el más rápido. Hubo un tiempo en que los primeros planos servían para algo.

La unidad formal es una de sus bases. Lo impregna todo. De la mano de una portentosa fotografía, Huston llena cada plano, ya sea de emoción, información o belleza; cuando no las tres cosas. Cada movimiento de cámara, cada encuadre, cada recurso de iluminación se nota estudiado, porque se ve, porque funciona. El mismo aire se respira en cada secuencia. Las grandes películas son así: un pequeño mundo bien construido.

El ritmo, palpitante, tenso, absorbente. Fíjense en la escasez de música. La atmósfera pesa, las miradas hablan.

La construcción del guión, donde nada sobra ni falta. Todo en torno a una idea que nos cala, no nos machaca. Se nos muestra, no se nos dice. Se parte de unas bases sólidas (aunque algunas sean arquetípicas no son menos sólidas por ello) y se llevan a su máxima expresión. Personajes, acción, personajes, acción. Los diálogos están para algo, aceptando el liderazgo narrativo de la imagen pero sin perder importancia. Al contrario, encuentran su lugar volviéndose pieza clave al ser tratados en su justa medida.

La reconciliación, apasionada, de fondo y forma. Un agradecido puñetazo en el estómago para los formalistas, una delicia para los cazadores de historias. Ambos grupos deberían gozar como nunca con esta maravilla.

La elegancia de una puesta en escena que es a un tiempo intensa y profunda. Una vez más, bajo la técnica jadea la bestia del cine. Está ahí, ¿no la oyen? ¿no la sienten?

Por supuesto los actores encajan como un guante cada uno en su papel. Hayden parece nacido para interpretar a este personaje.

No me meto en si es cine negro o no. Es CINE. Trasciende los géneros.

Una película que posee la satisfacción orgánica de lo primario y la sofisticación de lo bien elaborado. Impresiona. Multiplica la cinefilia de quien la ve.

El cliché es un recurso de vagos, frío, desapasionado. El arquetipo puede ser la base de un mero cliché o de un gran personaje, si está bien construido. En esta maravillosa película no tenemos a "el matón", "el cerebro", "el millonario corrupto"... tenemos a Dix, Doc y Emmerich. Si los arquetipos fueran malos de por sí, Leone sería el peor director del mundo. Lo malo es el resultado del arquetipo y el lugar común en su vertiente sin sangre: el cliché barato.

Si algunas cosas en "La jungla de asfalto" suenan a ya vistas, el espectador notará que ésta es la versión buena. Porque todo está cuidado. Hay sinceridad, pasión y profesionalidad detrás de sus personajes, de sus situaciones.

Un momento de puro cine: mientras Herr Doktor observa con avidez a la chica que baila despreocupada, la cámara de Huston hipnotiza al espectador hasta que, con un movimiento preciso hacia la ventana vemos a los policías escrutando el interior, agazapados. Ese instante, como otros muchos de esta película, provoca el goce casi físico que sólo el mejor cine consigue.

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